Mi relación con la comida: un reflejo de la forma en que me vinculo con Mamá
Posiblemente al vernos al espejo
podamos identificar semejanzas con el cuerpo físico de nuestra madre, pero hay
otro tipo de herencia que es menos visible y también parte de nuestra
cotidianidad: la forma en que nos relacionamos con la comida.
El primer vínculo que los seres
humanos desarrollamos con mamá es el de la alimentación al tomar pecho, la
forma en que ese vínculo se desarrolle y en las circunstancias que se dé, será
fundamental en nuestra manera de relacionarnos con las emociones y en el acto
de incorporar alimentos a nuestro cuerpo.
Según Laura Gutman, terapeuta
argentina especializada en maternidad, “el
vínculo que los niños tienen con el alimento es análogo al vínculo que tienen
con sus madres". Así como han sido alimentados, se nutrirán de más
grandes.
Conforme vamos creciendo,
seguiremos utilizando el alimento para vincularnos con los demás, y eso
determinará si nos volvemos voraces (hambre emocional), si nos cuesta comer
cosas nuevas (falta de confianza), o si todo lo que comemos nos cae mal o
genera inflamación (malestar emocional).
El verbo comer trasciende la
necesidad de alimentar el cuerpo. Frente a la comida hemos presenciado las más
bonitas reuniones familiares o el dolor de ver un plato vacío, quizá las discusiones
de nuestros padres al llegar la cena, o bien los encuentros sociales en
celebración de las fiestas. Comer nos vincula, y por ello, nuestras emociones
influyen en gran medida en la forma que nos alimentamos.
Algunos ejemplos:
- Una bebé que pasaba varias horas sin recibir pecho, posiblemente se convierta en un adulto que se quiera comer todo, o que en cuanto tiene su plato en frente intente comerlo lo más pronto posible.
- Una niña que era obligada a comer, posiblemente sea una adulta con malestares gástricos.
- Un niño que es reprendido por probar o pedir, posiblemente genere sentimientos de culpa aún siendo adulto.
- E indudablemente, una niña que escuche a su madre hacer críticas sobre su propio cuerpo o el de su hija, indudablemente crecerá en inseguridad y reproducirá el ciclo con sus hijos.
¡Sorprendente verdad! La vida
entra por la boca. La boca busca el pecho materno, la mirada del bebé busca la
de la madre, allí espera encontrar seguridad y amparo, es ese momento cuando la
comida y amor se mezclan, y nos dan vida.
Sobre este último punto, me
gustaría recalcar que la figura materna determina en buena medida cómo interactúan
las hijas con la alimentación y su propio físico. En el estudio llamado “Comportamientos y Preocupaciones de
Adolescentes y sus Madres sobre el Peso y su Control”, realizado por la
Harvard Medical School de Boston (EE UU), se revela que la madre es la
influencia más importante en la vida de una mujer, ella es el primer
intercambio que tenemos en el mundo.
Una madre ansiosa frente a sus
propios hábitos alimentarios (activos o no durante el período del embarazo y
los primeros años de crianza) e insatisfecha con su corporalidad, influye
directamente en la alimentación de sus hijos, lo cual puede contribuir en un
trastorno del comportamiento alimentario en la adolescencia y marcar la
tendencia en la edad adulta. Es común escuchar adolescentes decir “al menos, puedo ser dueña de lo que entra y
de lo que sale por mi boca” intentando marcar su autonomía e independencia
frente a madres intrusivas o controladoras.
En Constelaciones Familiares a
esto le llamamos patrones. Frente a los patrones en los que fuimos concebidos y
criados los seres humanos desarrollamos formas de repetir o reparar dichas
enseñanzas, repetimos cuando los incorporamos en nuestra vida y reproducimos; y
reparamos cuando realizamos actividades contrarias en son de rebeldía o de
equilibrio. En este sentido, en relación con la comida son muchísimos los
patrones adquiridos, ya que comer es un hecho sociocultural, familiar, de
pertenencia, donde se incorporan formas y costumbres que llevaremos de por
vida. Por eso, lo que prevalece en esta forma de alimentación es el vínculo con
los otros.
Entonces ¿Qué hacemos?
El primer paso siempre es
reconocer. Consulta sobre tu concepción, nacimiento y primeros años, habla con
tu madre de cómo se sentía y qué hábitos tenía. Aprovecha para consultar cómo
fue tu alimentación, qué te gustaba y qué no. Abraza tu historia, hónrala y
ámala, pero suéltala, ya fue, ahora eres adulto/a y puedes crear tus propios
hábitos, aquellos que te hagan bien física, mental y emocionalmente, entre
ellos los que tengan que ver con la comida.
Crea un vínculo con los
alimentos, no en términos de adelgazar o engordar, sino en términos de sanidad:
¿qué me hace bien? ¿con qué alimentos me siento ligera y cuáles me hacen sentir
pesada o decaída? Envíate mensajes de salud y no de belleza, y la comida
empezará a darte lo que pides.
Además, planifica tu comida, tus
horarios y productos de consumo, no le dejes todo al azar o al mercado. Aliméntate
en lugares con calma, sin ruidos que alteren. Evita el uso del celular, la
televisión y demás aparatos (recuerda que el niño amamantado busca la mirada de
su madre ¿qué buscas en esos aparatos?)
Si tienes hijos o niños al
cuidado, respeta sus cuerpos, no hagas comentarios al respecto, no pretendas
que sean igual ni diferentes a ti, sólo déjalos ser y muéstrate como guía. Deja
que los niños/as coman solos en cuanto puedan, se embarren, devuelvan e
investiguen por sí mismos, esto otorga confianza, autonomía y seguridad. Si obligamos
a un niño a comer, nos imponemos o enojamos es probable que el niño asocie el
comer con algo negativo, una obligación que rechazará. Y de ahí surgirá la
frase "el niño no me come”.
Melania Orozco Calvo
BioConstelaCR
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