Digo ¡adiós! y me doy la bienvenida



Cómo duele despedirse de aquello que en algún momento nos generó alegría, compañía, risas. Qué duro es decir adiós a lo que proyectamos, a lo que estábamos construyendo y a todo lo que creíamos ser junto con esa persona. ¡Si!, voy a hablar sobre ruptura amorosa: dejarse, cortar, separarse, divorciarse: te comparto mi experiencia y la visión a este acontecimiento desde la mirada sistémica.
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Hay despedidas obligatorias, como la muerte de un ser querido o la pérdida de alguna parte del cuerpo, estas circunstancias no tienen reversa, así que sin siquiera saber de dónde proviene nuestra fortaleza les hacemos frente y desarrollamos herramientas que nos permiten pasar por todas las etapas que el duelo requiere. Sin embargo, cuando la despedida es una elección o una resignación, como cuando la relación de pareja está pidiendo un cierre, se nos hace la cabeza un nudo donde no logramos acomodar lo que pensamos, lo que sentimos y lo que debemos hacer.


La mayoría de las veces, el peso del duelo no recae en la situación que se presenta, sino en nuestras heridas acumuladas, las cuales hemos protegido detrás de muchas capas desde nuestra niñez, pero salen a luz cuando enfrentamos procesos de pérdidas que nos exponen al rechazo, el abandono, la traición, la humillación o la injusticia. A las personas que elegimos como parejas les otorgamos confianza, nos mostramos vulnerables ante ellas y comenzamos a entregar gotitas de nuestra esencia, al lado de eso, vamos también otorgándoles la responsabilidad de diseñarnos, de sanarnos o de cubrir necesidades personales que no fueron suplidas. El tema es que estas personas están en búsqueda de lo mismo, y entramos en un ciclo de nunca acabar: creamos dependencia emocional, asumimos roles que no nos corresponden y navegamos alrededor del dolor, el celo, el control y el victimismo. Nos vamos perdiendo poco a poco, aquello por lo cual nos enamoramos, ahora nos molesta, aquello que antes tolerábamos se torna insoportable, aquella expectativa de cambio se viene abajo, y cuando todo esto sucede la relación se vuelve insostenible.


Cuando éramos niñxs, dependíamos totalmente de las decisiones y acciones de los demás, y estábamos totalmente vulnerables a las heridas emocionales, pero cuando somos adultos independientes, nadie nos daña, nos dañan las expectativas sobre lo que el/la otra debía ser-hacer, es decir, lo que yo esperaba de esa otra persona, por eso, en una relación de pareja siempre somos co-responsables de la situación que se presente. Cuando la relación está rota, seguir sintiéndonos víctimas no permite que podamos evolucionar y sanar, mantener sentimientos de deuda se convierte en una cadena que no permite liberar el pasado ni ocuparnos del presente.


Somos expertxs en trabajar al otrx, en ver al otrx, pero apenas unas principiantes en vernos a nosotrxs mismxs. Una ruptura se vuelve una gran oportunidad para hacer un alto y mirarnos, ordenar nuestra historia, devolver roles asumidos, y elegir cómo queremos que se vea nuestra vida, para ello debemos ordenar, porque “el orden precede al amor” (Hellinger, 1994).


Cuando compramos un nuevo celular, lo sacamos de la caja y encendemos, es igual que cualquier otro aparato que tienen miles de personas, no es hasta que configuramos el fondo que nos gusta, los sonidos que deseamos, las aplicaciones que necesitamos, que este simple dispositivo comienza a tener pertenencia, ahora es mi celular, habla de mí, suple algunas de mis necesidades y le cuido para que pueda cumplir esa misión.

En nuestra vida sucede igual. Cuando llegamos al mundo venimos “vacíos” sin etiquetas, creencias o valores propios, conforme vamos creciendo, se nos van instalando los software que las personas que están a nuestro alrededor consideran son los mejores para nosotrxs. La figura principal en relación a temas de merecimiento, vínculos afectivos y formas de amar es Mamá. Si estuvo o no, si me sentí amadx por ella, si la sentía interesada en mis emociones; son aspectos que determinan fuertemente la manera en que, como adulto, me acerco a las relaciones.


Es probable que en el camino hacia esa adultez existan ciertos daños, necesidades propias que no fueron atendidas, problemas añejos que nos fueron heredados, vacíos de información que nunca fueron llenados, y sin darnos cuenta, salimos al mundo con la expectativa de que alguien más atienda estas necesidades.
  • Si crecí en un ambiente donde no sentía que pertenecía, que formaba parte, es probable que me acerque a mis parejas desde la necesidad de hacer y complacer, para que la otra persona me acepte.
  • Si crecí en un ambiente donde vivía a diario la traición, mentiras o infidelidades, es probable que me acerque a personas a las que pueda controlar, aunque eso no disminuya la sensación latente de inseguridad.
  • Si crecí en un ambiente donde interpreté que la vida era injusta para mí, o que me tuve que hacer cargo de muchas cosas que no me correspondía, probablemente me relacione con personas mucho menores, o con carencias significativas que yo pueda cubrir, paternizando o maternizando un poco el amor.

¿Qué hacer entonces?
La salida siempre es hacia adentro, es aquí donde aparece el tan mencionado “amor propio”, y para desarrollarlo el primer paso es reconocerme: mirar mi historia, mis propias heridas y aceptarme así tal cual, poder decir ¡ahora me veo!, me conozco, conozco lo que me duele y lo que me hace bien. El amor propio llega a ser el resultado de ese proceso de reconocimiento, el acompañamiento que me doy mientras camino. Todo lo que florezca allí dentro sin duda alguna será reflejado afuera, en nuestro cuerpo, en nuestro entorno y en nuestras relaciones.


¿Cuál es tu herida personal que proyectas en los vínculos amorosos? Es teniendo consciencia sobre ella y haciéndonos cargo nosotrxs mismxs  que podemos empezar a relacionarnos desde el amor y no desde el dolor.
Manos a la obra:
  1. Identifico la herida de mi infancia, qué fue eso que más me dolió: abandono, rechazo, traición, humillación, injusticia
  2. Dejo atrás el victimismo: las condiciones en que ha sucedido nuestra historia han sido perfectas para nuestra evolución, además, no podemos ir atrás a cambiarlas, sólo podemos mirarlas diferente.
  3. Dejo de hacer reclamos por lo que fue o no fue, y como adulto me empiezo a entregar aquello que creo me hace falta ¿abrazo? ¿atención? ¿escucha?
  4. No responsabilizo a nadie de mi sanación, me hago cargo.
  5. Me comprometo conmigo mismx: me escucho, defino prioridades, soy amable y compasivx con mi persona.
Tomamos de nuestras relaciones en la medida que creamos que merecemos de ellas. Si vos crees que vales poco, vas a atraer personas que te valoren poco, y vas a aceptar de esa relación actitudes de poca valoración, además, dejarás de tomar lo que te corresponde porque no te sientes merecedora.

Para que afuera me valoren y reconozcan, debo valorarme y reconocerme, no podemos esperar que los demás vean en nosotrxs algo que nosotrxs mismxs no vemos, entonces, si no vemos nuestro propio valor seguiremos eligiendo personas que tampoco lo ven.


La llave está en reconocer lo que hemos logrado para ser y estar hoy aquí, lo valientes que hemos sido, los miedos que hemos superado, las caídas de las que nos hemos levantado, y empezar a disfrutar todo eso que somos.


Ocupa en tu vida el PRIMER LUGAR, conócete tanto que puedas sentirte profundamente enamoradx de vos mismx, deja de cargar con culpas y juicios sobre lo que fue o pudo haber sido, y dale paso al amor sano, vinculante y edificante.


Melania Orozco Calvo
BioConstelaCR
Contenido de Valor para tu Sanación

 

 

 

 

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