¿Y si la Magia está en Soltar?
Qué bonita suena esta palabra, pareciera que con sólo mencionarla ya descarga un poco de peso. Que usual se ha vuelto escucharla como un mandato que nos lleva directamente hacia la felicidad, es un mantra moderno que recibimos y damos cual receta que se puede copiar y aplicar, pero lo cierto es que cuando la vida toca en donde duele, lo último que hacemos es soltar, porque soltar implica confiar sin garantías, y este verbo es más difícil que el primero.
Todas las personas tenemos la necesidad innata de anticipar o prever situaciones con el fin de buscar nuestra seguridad, es una tendencia biológica que busca alejarnos del peligro y mantenernos en supervivencia, el conflicto aquí es lo que nuestra mente ha decidido entender como peligro: ¿qué situación en mi historia me hizo sentir insegura? ¿Qué actividad en mi familia me hacía sentir expuesta? ¿qué me hacía sentir necesidad de protección? Esta es la raíz emocional del control, mantenernos a salvo, mayormente de aquellas situaciones que se parecen a lo que ya viví. En el sentido evolutivo, controlar tiene un propósito, pero en el presente que vivimos, ese instinto se cuela en nuestras relaciones, decisiones y emociones, generando una ilusión: la de que podemos manejar la vida.
“Lo único seguro es el cambio”, dijo Heráclito hace más de 2000 años. Desde que fuimos un par de células que se fusionaron y empezaron a dividirse en el útero de mamá, hasta que pudimos respirar por nosotras mismas, cada etapa vivida ha tenido sus desafíos, sus cambios corporales, su evolución mental; cada emoción se va transformando según las experiencias que la vida nos haya presentado, cada pensamiento se va fortaleciendo o desvaneciendo conforme avanzamos en el camino y, paradójicamente, deseamos sostener una imagen de lo que somos, de nuestros valores y creencias, aferrándonos a una personalidad que no es más que el resultado de las experiencias que marcaron nuestra primer etapa de vida, y las acciones en adelante que repitieron o resistieron esas experiencias. El control pretende que creamos que somos “esto” porque así, no somos “aquello”, y con eso pretende dirigir el mundo y las circunstancias sólo de cierta manera. Es todo ilusorio: ni el río es el mismo cada vez que entremos, ni nosotras seremos las mismas.
Detrás de las conductas de control suele haber miedo, inseguridad y heridas, que nos llevan a sostener que si no estamos atentas, algo malo va a pasar, que si no medimos todos los riesgos, que si no tenemos toda la información, no estaremos a salvo ante x o y situación. Así le pasó a Laura, una paciente que viene a consulta porque entró en crisis cuando su novio le avisó un día antes que saldría del país con unos amigos. Laura colapso porque no veía posible ser su novia y no saber con quienes iba, a dónde exactamente viajaba, qué actividades iban a hacer ni que fue lo que motivó esta decisión, y por supuesto, que tenía muy poco tiempo para comprobar todo aquello, porque el conflicto no era no tener esta información, lo cual se resolvería con una conversación, sino su sensación de “algo está pasando”, “así no se debe manejar esto”, “no me siento valorada”. En la Constelación Familiar encontramos que cuando Laura tenía 9años sus padres deciden separarse, y no lograban tomar decisiones puntuales que conllevaría esta separación, como el cuido de los hijos, quién sale del hogar, y mucho menos cómo afrontar las implicaciones emocionales de todos los miembros implicados. Laura se queda con su padre, quien se dedica completamente al trabajo, y deja de ver a su madre y hermano, generando en ella una sensación de desprotección a muy corta edad. Laura aprendió a desconectarse de sus emociones para hacer frente a la demanda diaria como si fuese una adulta, cuestiones como no saber si Papá regresaba temprano hoy para alistar algo de comer se conjugaron con experiencias dolorosas como recibir la llegada de su primera menstruación, sin estar preparada y por ello vivir la experiencia desde la vergüenza y humillación frente a sus compañeros de la escuela. A sus 37años, Laura intenta “prevenir el dolor” controlando lo externo, las circunstancias, los riesgos posibles, la soledad, el sentirse amada y los pensamientos y emociones de su pareja, como respuesta de supervivencia.
Desde la mirada de las Constelaciones Familiares, el control muchas veces nace de un desequilibrio en el orden del amor. Cuando un hijo o hija intenta “sostener” lo que pertenece a los padres —por miedo a que algo se rompa, por lealtad o por amor ciego—, asume una fuerza que no le corresponde. En la vida adulta, ese patrón se traduce en querer tener todo bajo control, incluso las emociones y las decisiones de otros. Pero lo que en el fondo hay es un intento inconsciente de reparar lo que no se pudo sostener en el pasado.
El problema grave acá, es que no sólo una de nuestras situaciones se vive desde esta implicación, sino la mayoría de ellas, en mayor o menor grado. Y cuando esto pasa, nuestra química corporal, aprende a estar en estado alerta: nuestro sistema simpático se activa, generando cortisol alto, tensión muscular, dificultad para descansar o de disfrutar, y todas las funciones a nivel de órganos, tejidos y células se ven disminuidas por estar siempre atendiendo un estado de “peligro”. Por eso, en las sesiones grupales de Constelaciones Familiares, cuando alguien finalmente suelta, a veces con una exhalación profunda, un llanto o un suspiro, el cuerpo entero se reorganiza, como si dijera “ya no tengo que resistir”. Por eso, la creencia del control no es sólo una conducta específica, es nuestro cerebro en continuo mandato hacia el resto de nuestros sistemas para “estar listos”, creando todos los escenarios posibles para no sentir vulnerabilidad.
La mente anticipadora nos hace creer que, si imaginamos todos los escenarios posibles, estaremos más listas para el dolor. Pero lo que realmente ocurre es que dejamos de habitar el presente. Anticipar es vivir en un futuro que aún no existe, desconectándonos de lo único real: el ahora. Yo misma lo he vivido muchas veces: intentando prever reacciones, preparar respuestas, controlar interpretaciones. Y siempre que lo hago, pierdo la oportunidad de sentir y aprender lo que la vida me está mostrando en ese instante. Por eso es que el control nos roba espontaneidad, creatividad y presencia, pues la vida sucede sólo en el ahora. Entre más control queremos, menos conexión real tenemos.
La propuesta es conectar con la certeza, la sabiduría del alma y la confianza en que la vida, en toda su expansión, sabe más que nosotras. En Constelaciones, soltar no es un verbo superficial; es un movimiento profundo que reconoce que cada quien lleva su destino, su historia y su aprendizaje, y que no necesitamos intervenir ni salvar. Cuando nos inclinamos ante lo que es —sin querer cambiarlo—, aparece la paz. Pero ojo, soltar no es pasividad, tampoco es rendirse, sino es hacer sólo lo que nos corresponde y confiar.
Luchar contra el río nos hará sufrir, dejarnos mover con él nos llevará donde debemos llegar. Tener todas las respuestas y saber todo, es inalcanzable y agotador, permitirnos confiar abre el espacio a todas las posibilidades. ¿Y si la magia de la vida no está en lo que logramos controlar, sino en lo que nos permitimos sentir, vivir y dejar ir?”
Melania Rashida Orozco Calvo
BioConstelaCR

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